Estudios Literarios (y Culturales) Ingleses y Norteamericanos

Heather Dubrow

John D. Boyd, SJ, Coordinador en Imaginación Poética, Departamento de Inglés, Universidad de Fordham, EE.UU.

Traducido por Juan David Gutiérrez, Estudiante Graduado, Universidad Estatal de Carolina del Norte, EE.UU.

Delinear los enfoques de género en estudios literarios y culturales norteamericanos e ingleses no es menos tenso que fascinante. Esta investigación cristaliza los debates en controversias mucho más amplias como por ejemplo ¿En qué medida, si es el caso, deberíamos enfocarnos marcadamente en lo literario para estudiar no solo género sino también problemas de autoría e importancia relativa? ¿Quién o qué determina la interpretación de un texto? y así sucesivamente. Los estudiantes de género, ciertamente expuestos a tener a cargo no un caballo sino todo un establo en la carrera, a menudo se enfocan en las amplias implicaciones de su trabajo, introduciendo así el potencial para controversias adicionales. Mikhail Bakhtin (1986), por ejemplo, declara que “en cada época cierto grupo de discurso de géneros establece el tono para el desarrollo del lenguaje literario” (p. 65); de igual manera, John Frow (2005), autor de un excelente resumen de género, apoya la demostración de formalistas rusos que los géneros son centrales para una disciplina completa, yendo tan lejos para asegurar que ellos son “el motor de cambio en el campo literario” (pp. 68-9).

El tema indicado en el título de este ensayo, estudios culturales y literarios ingleses y norteamericanos, es también tenso ya que cualquier análisis de género demanda y se resiste a los límites. Cuando se vinculan estudios literarios y culturales, tal como muchos críticos lo hacen hoy, se construyen dentro de los que solía ser un campo mucho más restringido, el tipo de puentes de los que Genero a través de las Fronteras (Genre Across Borders GXB) se dedica. Aunque dada la inmensidad del tema, este registro necesariamente se enfoca principalmente en estudios literarios tratando brevemente los estudios culturales en varios de sus sentidos; estas dos categorías son por supuesto controversiales y usadas frecuentemente de manera variada en diferentes países y diferentes círculos. En cualquier caso, incluso si mi ensayo se enfoca en estudios literarios y culturales o no, el estudio de género en esos campos superpuestos interactúa con muchas de las otras disciplinas representadas en este sitio. Por ejemplo, como el título sugiere, un artículo penetrante escrito por la especialista en narratología Mónica Fludernich conecta conceptos que aparecen en el trabajo de críticos literarios, lingüistas y estudiantes de composición y retorica para desarrollar un nuevo modelo. Sin embargo, examinar los analistas de género requiere distinciones más avanzadas; por ejemplo, como se describe arriba, ciertos patrones son más característicos de Canadá o Gran Bretaña que de los Estados Unidos. Por el contrario las discusiones de género es estos y otros países de habla inglesa a menudo incluyen en la conversación a pensadores de otras culturas tal como veremos.

Desafíos adicionales también se relacionan con esta terminología. En general, es esta disciplina “el género” es usado para categorías más amplias especialmente la triada lírica, la épica, la narrativa, y la dramática (formas etiquetadas alternativamente como “modos”), y para propósitos específicos dentro de ellos tal como el soneto. Otras subdivisiones, tales como el Bildungsroman (novelas como David Copperfield de Charles Dickens que trazan típicamente la maduración de un individuo), también son categorizadas variadamente con géneros y subgéneros. Los ataques al canon tradicional, y más ampliamente el desarrollo de estudios culturales, han motivado a muchos críticos de literatura inglesa y norteamericana a incluir debajo de la sombrilla del género no solamente formas que una vez hayan sido vistas como sub-literarias o incluso no literarias, tales como los cuentos populares, sino también las formaciones culturales; así la escritora de estilo victoriano Carolina Levine (2006) ha desarrollado influyentemente el argumento que las jerarquías sociales y las instituciones, vistas como análogas de genero por muchos de los primeros críticos, deberían ser consideradas de hecho como géneros en sí. Sin embargo, los críticos literarios algunas veces se enfocan en el tipo de géneros que también les interesa a los especialistas en composición y retórica, tales como la adivinanza y la invitación (para una discusión literaria de la invitación, ver por ejemplo a Huth (2011)).

El criticismo de género en el siglo XX y XXI, como lo abordan los textos literarios, se enfoca en precursores clásicos y menos frecuentemente continentales. Evidentemente registrado cuando nuestras propias escuelas críticas eran tildadas como “neo-aristotélicas”, la deuda para Aristóteles es generalizada en muchos publicaciones trimestrales también, pero también se debería también notar la influencia de Horacio y la tan llamada “Rueda de Virgilio” cuya carrera poética asciende desde las formas básicas de lo geórgico y de lo pastoral a las alturas de lo épico. De esta manera, alrededor de 1900 y el presente, muchas personas que escriben en genero han desarrollado sus propias ideas en colaboración con, o en rebelión con (o ambas) sus precursores. Como son los argumentos del siglo XX y XXI de los cuales se enfoca mi ensayo, estos debates preliminares interactuaron con los continentales en formas que complican los límites geográficos que este ensayo necesariamente establece; más que una discusión continental acerca del genero romance – o pseudo género? – que influyeron las consideraciones de ese modo en los siglos XVI y XVII, tal como lo indicaré, el francés Jacques Derrida ha formado muchas respuestas al género en las comunidades literarias anglo-americanas. Resúmenes de esas vías primarias, tales como la posición de la lírica desarrollada por John Stuart Mill, puede ser encontrada a través del valioso libro Tipos de Literatura de Alastair Fowler al igual que en el tercer y cuarto capítulo de Género de Heather Dubrow, el tercer capítulo del libro de John Frow con el mismo título, y el decimoséptimo capítulo de la Teoría de la Literatura de René Wellek y Austin Warren. Estos estudios también se comprometen con los enfoques de género del siglo XXI – como lo hace la introducción valiosa de la Teoría Moderna de Género de David Duff, una antología de algunos de los textos más fundamentales en ese campo.

No solo las fuentes divergentes y análogas como estas sino también los movimientos distintos y en conflicto participan en los estudios de género en el siglo XXI. Algunos desarrollos cronológicos pueden ser trazados, aunque esto pueda ser engañoso, los críticos a menudo están ansiosos de ingeniarse una teleología que posicione su propio movimiento como los sucesores magisteriales, o majestuosos, de sus mal orientados antecesores; sin embargo los patrones y enfoques a menudo reaparecen de diferentes maneras en vez de simplemente desaparecer. Para un ejemplo diciente de ambas prácticas que toman formalismo, donde el género siempre ha sido central aunque su estudio es suficientemente variado para demostrar que el “formalismo” no menos que el feminismo requiere que se decline en el plural “formalismos.” Así, reaccionar en contra la imprecisión putativa del idealismo alemán, y las aparentes lagunas en el trabajo biográfico de los críticos, los formalistas rusos se acercaron al género enfocándose en textos que ellos consideraban clara y distintivamente literarios, explorando problemáticas que van desde los efectos formales tales como los patrones de sonido característicos de géneros particulares hasta el cómo y el porqué del cambio de los géneros. Por ejemplo, Jurij Tynjanov (1971) habla sobre la interacción entre formas literarias desde estas perspectivas. Otra generación de formalismo, la Escuela de Chicago, practicaba un método neo-aristotélico de categorización, R.S Crane (1974), por ejemplo, se enfoca en las concepciones de imitación de Aristóteles para desarrollar una serie de protocolos para abordar la narrativa. Como se discutió más arriba, el estructuralismo es pariente cercano del formalismo. Finalmente, la metodología literaria conocida como nuevo formalismo ha estado desarrollándose en las décadas iniciales del siglo XXI. Aunque definida en varias y  contradictorias formas (¿el nuevo formalismo se limita o no a lo literario en cualquier sentido del término como tal? ¿Es por definición que la inclinación es necesariamente histórica?), claramente el interés de sus practicantes en el género; una publicación especial del Modern Language Quarterly (2000), expandido como Lectura basada en la Forma (2007) de Susan J. Wolfson y Mashall Brown (eds.), incluye muchas instancias de ese enfoque. La bibliografía enumera las más recientes colecciones de nuevo formalismo que también se comprometen extensivamente con el género; por ejemplo, los libros editados por Stephen Cohen y Mark David Rasmussen son específicamente sobre el nuevo formalismo inicial y moderno, mientras que Nuevos Formalismos y La Teoría Literaria (2013), editado por Verena Theile y Linda Treddernick cubren otros campos históricos e incluyen el rol del Nuevo Formalismo para la escritura creativa y otras clases de literatura. 

El Nuevo Criticismo es a menudo visto como un hermano o incluso una versión del formalismo pero de hecho, los dos difieren de manera importante. Incitado por principios desarrollados por figuras tales como el de I. A. Richards y ejemplificado por el trabajo de Cleanth Brooks, el Nuevo Criticismo floreció en los años 50 y 60. Dicho campo presta atención al texto individual basando la interpretación no en la biografía o la intención del autor o el conocimiento cultural previo del lector sino más bien en el lenguaje de la poesía o prosa en sí. Entre las problemáticas interesantes de los Nuevos Críticos se encuentran particularmente la ironía y la ambigüedad. A causa de este énfasis en el texto individual, muchos Nuevos Críticos dedicaban poca o cero atención al género (otra razón para no confundir este movimiento con el formalismo), aunque no es difícil ventilar algunas excepciones, por ejemplo, en su trabajo en Sídney, David Kalstone (1965) comentan delicadamente en su uso del formato de sextina (pp. 71-84).

Sin embargo, practicantes del estructuralismo, movimiento originalmente continental que creció en los Estados Unidos en los 70s, siguieron influyendo en este y otros campos por un largo periodo de tiempo. En general, la narratología participó, mucho más que cualquier otro campo literario, de una manera cuestionable pero vigorosa y continua en el criticismo estructuralista literario (no incidentalmente, ese pariente del estructuralismo, el formalismo, también permaneció vivo y seguro en mucho círculos de la narratología durante las siguientes décadas del siglo XX cuando era consistentemente ignorada y degradada en otras partes), con tales estudios como el Discurso Narrativo (1980) de Gérard Genette el cual posiciona patrones recurrentes de la narrativa. El estructuralismo investiga  las tan llamadas estructuras profundas en los textos (patrones que no son meramente temáticos y que están comúnmente más escondidos que los temas) al igual que la interacción entre las versiones populares y las pasadas de moda; también traza las reglas que aparentemente gobiernan las practicas cuando son un ritual antropológico o una forma literaria. Por ejemplo, Tzvetan Todorov (1973) articuló una teoría de lo fantástico que se enfocaba en las respuestas de los lectores. El trabajo estructuralista de Claudio Guillén (comparatista español de nacimiento, aunque hizo la mayoría de su trabajo en los Estados Unidos, de nuevo demostrando los problemas de limites históricos y nacionales en la discusión de genero) frecuentemente involucraba género: “Genero y contra género: El descubrimiento de lo picaresco,” un importante ensayo de su Literatura como Sistema (1971) el cual explora cómo interactúan los géneros opuestos.

.El estructuralismo en sí, al igual que el formalismo, el análisis Jungiano y la teología cristiana, están entre las muchas influencias del trabajo de Northrop Frye. Indiscutiblemente su trabajo fue, por muchos años, el motor de fuerza en el criticismo literario canadiense, especialmente La anatomía del criticismo quizás es el trabajo más influyente en género en el siglo XX en otras partes también (cualesquiera que sean sus límites, su marginalización en un par de historias recientes del genero demuestra el poder de iniciativas edípicas). Comprometido con la supuesta presencia de patrones transhistóricos y transnacionales en la literatura, Frye se embarca en un sistema extraordinario para categorizar todo lo de la literatura, estimulante aunque ligero en su forma de usar la terminología del criticismo de genero habitualmente desplegada de otras maneras en otros lugares. Así, basándose en Aristóteles, él utiliza “modos” para distinguir los diferentes tipos de relaciones que un héroe pueda tener hacia otras personas y otros ambientes; “mythos” para tramas arquetípicas que él asocia con las estaciones; y “genero” para distinguir formas intrínsecas (que él llama “radicales”) de presentación, de modo que “epos” queda asociado con algunos tipos de recitación incluso cuando se escriben epopeyas.

El sistema extraordinario de Frye ha sido confrontado no solo por las inconsistencias que él mismo reconoce después, sino también por el trasfondo, esporádicamente reconocido, de la doctrina cristiana dentro del mismo y por las muestras universales eurocéntricas del género. De igual manera, visto como rígido en sus enfoques en reglas y peligrosamente apolítico y conservador en su supuesto interés en presiones políticas y culturales, el estructuralismo como un todo fue degradado por un sinnúmero de movimientos rivales a principio de los 80s. Aunque algunos pero no todos navegaron bajo la bandera del posestructuralismo, diversamente interpretado como el suceso y enemigo de los enfoques estructuralistas. Una versión del posestructuralismo, la deconstrucción, se compromete con el género desde una gama de perspectivas. El ensayo “La ley del género” (1980) del líder de la deconstrucción, Jacques Derrida, aprecia un gran moda en la academia americana, aunque su insistencia de que los géneros son amorfos y volátiles y que carecen de leyes, mientras quizás un uso correctivo al neoclasicismo francés, atribuido al criticismo de género, este trabajo ataca poderosamente un tipo de  rigidez que no categoriza a sus practicantes más influyentes. No obstante, las lecturas deconstructivistas de géneros particulares tales como la aseveración de Jonathan Culler, quien establece que el apostrofe es la firma de tropo de la lírica, podrían ser argumentalmente más útiles.

Originalmente influyente en la academia americana en los años 80, el nuevo historicismo requirió que viéramos los documentos literarios e históricos  como textos que deberían ser leídos juntos, a menudo con el objetivo de exponer sus duplicidades y sus complicidades, en vez de tratar el archivo histórico como fuente estable y confiable de los “antecedentes”. Aunque el rechazo de una categoría distintiva de la literatura podría predecir una falta de interés en el género, de hecho ciertos nuevos historiadores dedicaban ensayos altamente influyentes. Arthur F. Marotti argumenta notablemente que las secuencias de soneto deberían ser leídas no como poemas de amor sino como un intento codificado de patronato (“el amor no es amor”), mientras otro nuevo historiador líder, Louis Montrose, escribe poderosamente en pastoral en términos de su relación con la corte.

Mi punto inicial sobre cómo hacer distinciones dentro de los movimientos y entre países es ejemplificado por el neohistoricismo; la primera generación de sus practicantes fue menos influyente, o en algunos de los casos menos influyentes por principios marxistas y materialistas que los críticos ingleses traicioneramente combinaron, generalmente conocidos como los materialistas culturales. Sin embargo, de los años 90 en adelante, la distinción entre los dos movimientos se reduce parcialmente debido a que el impacto de estos principios es aparente en el trabajo de personas que serían generalmente clasificados como neohistoriadores y la de muchos otros críticos también. Así, por ejemplo, los modelos dialecticos de Hegel determinan el enfoque de la prosa de ficción en el trabajo inicial de Michael McKeon Orígenes de la novela inglesa 1600-1740 (1987), mientras Catherine Gallagher relaciona el género con el industrialismo. El trabajo sobre género de Fredric Jameson, uno de los críticos más influyentes de su generación, es ejemplar en ambos sentidos de la palabra; así, por ejemplo, es la escritura sobre romance en “Narrativas mágicas; En el uso dialectico de criticismo de género,” que el autor enfatiza movimientos dialecticos trazando el motor de fuerza de la ideología y la relación entre cambios socioeconómicos y literatura. (Aunque el mismo archi-formalista y archi-estructuralista Northrop Frye anticipa algunos de los análisis de Jameson de la relación a través de su Anatomía del criticismo, de nuevo nos previene en contra de las trayectorias interesadas de progreso y los riesgos inevitables de una categorización impecable de un ensayo como este). Aunque los críticos que realizan tales preguntas emplean un rango de métodos críticos y suposiciones, recientes estudios materialistas han unido géneros específicos con las condiciones materiales de producción y diseminación. En Manuscrito, impresión y el renacimiento de la lírica inglesa (1995), Arthur F. Marotti abre nuevos caminos a la discusión de la lírica en relación con sus medios. En un ensayo escrito con Marcelle Freiman (2011), Marotti, al igual que Paul Magnuson y otros estudiantes de la era romántica, llama la atención a su posterior aparición en periódicos.

El movimiento feminista que aumentó en los años 80 se enfocaba detenidamente en el género a la par que sus practicantes trazaban representaciones de la mujer en particular tipos literarios y en el posicionamiento de las versiones distintivas de género escritas por hombres y por mujeres. Una segunda generación de críticos cuestionó acertadamente lo binario del asunto aunque los estudios de las autoras (mujeres específicamente) han complementado productivamente estas críticas previas trazando más sutilmente como el enfoque de las mujeres hacia géneros en particular se relacionan con el género como tal, por ejemplo, el trabajo de Lynn Keller Formas de expansión: Poemas largos recientes escritos por mujeres (1997). De la misma manera, la inclusión de textos de poetas románticos como Charlotte Smith, autores ampliamente rechazados en estudios del soneto romántico, han reformado nuestro conocimiento sobre género. Otros tipos de criticismo de género, vistos a menudo como desarrollos, complementos y reacciones en contra del feminismo, también consagran la atención al género como por ejemplo, David Caplan (2005) quien analiza cómo y por qué miembros que se identifican dentro de la comunidad LGBTQ escogen frecuentemente escribir sonetos (pp. 71-85).

Si el proyecto en el cual este ensayo se inscribe ejemplifica la influencia de estudios de género de las humanidades digitales, las potencialidades de ese campo son variadamente aparentes en las figuras y las herramientas con las cuales el género es enfocado en cada uno de los dos recientes estudios. Sin embargo, estos ensayos nos previenen de nuevo en contra de un modelo de progreso para celebrar: lo que por agua viene por agua se va, aunque a veces en versiones significativamente diferentes. En “Introducción: Géneros como campos de conocimiento” (2007), Wai Chee Dimock desarrolla una analogía entre movilidad genérica y amorfismo, una preocupación duradera de los críticos de género y el funcionamiento de los nuevos medios de comunicación. El género, ella supone, debería ser concebido como “una piscina… una acuosidad genérica” (p. 1379), una metáfora que expresa sus intereses en la relación entre géneros (muchos otros nadadores ocupan el establecimiento recreativo) y globalizando, en vez de nacionalizar, al criticismo del género. Uno podría agregar que las conexiones entre estas lecturas de género y las exploraciones recientes en estudios de género del concepto de la teoría queer podrían ser productivamente más promovidos. Sin embargo, mi previo recordatorio que el ataque de Derrida en la ley de género hecho con un ejército de hombres de paja nos hace recordar del argumento que la fluidez no es novela aunque el paralelo con los medios de comunicación digitales proporciona un acercamiento valioso al mismo; Northrop Frye habría transferido el énfasis en lo global por toda su incomodidad con su compañero de cama. En un estudio del lenguaje de género de Shakespeare, Jonathan Hope y Michael Witmore se enfocan digitalmente en los géneros dramáticos de Shakespeare a través de lo que ellos bautizan como “criticismo iterativo,” un método de descubrimiento de la secuencia de palabras distintivas de un género en particular; así, por ejemplo, la comedia ofrece instancias de tales patrones como Exhortación directa, negar, exonerar a menudo en circunstancias en las cuales las personas están hablando, mientras que las referencias del mundo físico, por ejemplo, aparecen rara vez en ese modo. Si, de nuevo, unos cuantos de sus comentarios sobre fluideces genéricas e hibridas hubieran sido anticipados más completamente en los análisis usando más métodos convencionales de los que ellos reconocen, muchos de sus resultados al igual que su madurez ejemplar de su propio enfoque, estos podrían modelar investigaciones digitales futuras en lo que respecta al género. 

Para resumir y problematizar más a fondo la generalidad en este ensayo uno podría examinar unos cuantos ejemplos de criticismo del soneto. Demostrando una preocupación formalista sobre el género, Rosalie L. Colie habla acerca de la relación entre estos poemas de catorce renglones y sobre el epigrama (1974, ver: capítulo 2). La evaluación magistral de la historia del soneto de Phillips Levin demuestra las contribuciones continuas de la historia literaria para nuestro entendimiento del soneto y el valor de aducir la perspectiva de un escritor creativo, del practicante del género que uno estudie. Ejemplificar la preocupación Marxista con el movimiento desde un sistema basado en estatus a uno basado en clase, Christopher Warley sostiene en Secuencias de soneto y distinción social en el renacimiento inglés (2005) que estos patrones forman el soneto moderno inicial. El trabajo de David Caplan ejemplifica las contribuciones del criticismo del género en muchas de sus formas divergentes. Dos colecciones recientes, La realidad del libro callejero de sonetos (2008) de Hilson y Sonetos: Traduciendo y reescribiendo a Shakespeare de Cohen (2012) demuestra como la historia del soneto, como muchas de las otras formas, reúnen frases melódicas y reacciones en contra de este –reuniéndolos, de hecho, no solo en la época de la parodia posmoderna y el bodrio que impulsa estas colecciones sino también a través de la historia. Pero así como el pareado concluyente del soneto frecuentemente hace gestos hacia una certeza terminal que no puede o no proporcionará, por lo que mi ensayo debería hacer gestos hacia la transparencia de su propio hogar digital y terminar en un “continuará…”

 

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